sábado, 3 de marzo de 2012

El Altar a San Sebastián (VI)

¡Que dolor de cabeza!... ¿Donde estoy?...

Poco a poco empecé a abrir los ojos, mi vista estaba borrosa, lo único que podía distinguir era una de esas lámparas de 4 tubos fluorescentes en el techo sobre mí. Hacía frío, estaba acostado sobre un colchón bastante cómodo, cubierto por una confortable cobija, mi cabeza reposaba sobre una deliciosa almohada. Mi vista comienza a aclararse, aunque mi cabeza da vueltas y retumba como si de una resaca por licor barato se tratara.

El techo está pintado de un color gris claro satinado, al igual que el resto de la habitación. No estaba en una cama, sino tendido sobre una camilla, con barandas. ¿Estaré en un hospital?.

Con la mirada trato de recorrer parte de la habitación. Intento escuchar algo más que el poderoso aire acondicionado que helaba la atmósfera... ¡Nada!... ¡Estoy solo!...

¿Donde estaré? ¿Qué habrá Pasado? ¡Daniel!...

Mi mente comienza a recrear visiones terroríficas, momentos que sentía vividos en carne y hueso: los cuerpos sin vida de jóvenes muchachos llevados a través de una selva, almas en pena calladas y condenadas a servir propósitos viles, macabros, demoníacos... Seres atormentados, vejados y torturados, cuyas vidas fueron interrumpidas de manera violenta y dolorosa, para que no atestiguaran en contra de un poderoso grupo de viciosos inescrupulosos.

El rostro de un joven con rastros de sangre y tierra en el cabello y mejillas, abre su boca para intentar decirme algo, su cavidad bucal mostraba pocos dientes, los que aún ocupaban su lugar estaban rotos, su lengua era sólo el vestigio de un apéndice cercenado y cauterizado al calor de una barra metálica al rojo vivo. Su ojo, el derecho, el único que le quedaba, contaba la historia de un camino que alguna vez recorrió, con sólo 17 años había servido a la lujuria y al vicio en una noche llena de licores y drogas, acompañado de un hombre poderoso que vestía de negro que le propuso realizar actos que sabía inmorales, asquerosos y en contra de las leyes de un sujeto que yacía crucificado en la pared del fondo. Un golpe certero con un garrote en la nuca lo dejó a merced de su malévolo anfitrión, que aprovecho la situación para amarrarlo y amordazarlo a una mesa, dejando su culo expuesto al borde. No podía moverse, su rostro y pecho estaban fuertemente asegurados a la tabla, y sus piernas estaban tensadas con cuerdas aseguradas a las patas, se encontraba colgado de amarras que estresaban su cuerpo y espíritu.

El acto se consumó si el mayor rasgo de humanidad. Dolor, vejación, tortura y más dolor. Su cuerpo fué penetrado una y otra vez; recordó lo que sintió cuando su ano fue bañado y ungido por un líquido aceitoso, y luego algo entró forzando su esfínter sin mayor mediación.  Una mordaza de trapos sucios y ensangrentados ahogan el grito de dolor, físico y moral; su hombría había sido extinguida en una certera puñalada que acaparó su recto una vez, dos veces, cientos de veces, como si disfrutaran con la mutilación de un cadáver que alguna vez fue orgulloso.

Sus ojos sólo podían ver la oscura madera y las sobras que se proyectaban en la pared que tenía en frente. La luz de las velas revelaba que no estaba solo con su torturador, podía ver otros hombres que disfrutaban del espectáculo entre risas, bebidas y cigarrillos que apagaban en la carne de sus nalgas. Habían seis invitados más en la fiesta del horror, sentía como le embestían delgados, gordos, rudos, violentos, gruesos, largos y cabezas hinchadas, todos distintos pero igualmente terribles. Sentía como de su culo salía un líquido viscoso que le recorría las piernas y goteaban en el piso.

Uno de sus agresores fue el mas agresivo de todos, sus manos ásperas halaban su cuerpo para ensartar cada vez más profundo su miembro en su víctima: cadera, hombros, la cara. En un arranque de lujuria y excitación colocó su dedo índice sobre el párpado de su devastada víctima en el momento previo al clímax. Torrentes de semen inundaron el interior del joven, que ahora gritaba desesperadamente de dolor y pánico. El dedo del agresor ingresó violentamente en su cuenca ocular, desorbitando el globo del chico que presa del terror vio rodar su órgano extirpado sobre la mesa... Todo se oscureció, y un sabor metálico inundó su boca mientras recitaba en su mente el "Ave María" por última vez.

su tristeza, terrormostrando ras