La piscina se veía particularmente cálida. El azul del agua me recordó las playas paradisíacas del Caribe. Su borde se agitaba ligeramente reflejando la luz en todas las direcciones. Tuve que detenerme a disfrutar de los colores, ignorando el olor a cloro que, definitivamente, desviaba mis recuerdos en otra dirección. A diferencia de otros días, no me lance desde el trampolín sino que bajé, lentamente, por la escalera lateral. Un escalofrió recorrió mi cuerpo y tuve el presentimiento de que en esta oportunidad todo sería distinto.
Así fue. Comencé a calentar nadando de pecho. A los veinticinco metros tuve un pensamiento extraño. Yo era quien daba las brazadas, pero me parecía que la acción la ejercía el agua, acariciándome. Esta idea se apoderó de mí y, como por arte de magia, un gran placer me invadió de inmediato. Ahora nadaba envuelto en miles de gotas complacientes que se agrupaban para excitarme deslizándose por mi piel. La vuelta a los cincuenta metros fue un conglomerado de sensaciones indescriptibles. Ahora me concentraba en ir lo mas lento que me era posible y disfrutar de ese masaje tan seductor.
Llegando a los setenticinco metros y cargado de voluptuosidad, vino a mi otro discernimiento. La piel es un borde que me separa del mundo, pero solo en su lado interno. En lo que sería mi lado externo es, por encima de todo, lo que separa al resto del universo de mi cuerpo. Saber esto me hizo sentir uno con la piscina y con el mundo. Ya no nadaba, era parte de un vaivén sensorial que me desbordaba. Fue allí cuando vino la convicción de que yo era "el falo de Dios" y que el agua, en realidad, eran sus manos que lo frotaban. Mis brazos y piernas yendo y viniendo quedaron opacadas por esas manos que me agarraban. La intuición de Dios masturbándose fue una luz enceguecedora que me hizo perder la noción del tiempo y de mí mismo; ya no sabía donde estaba y no me importaba.
Justo antes del momento cumbre pude vislumbrar, de manera borrosa, al salvavidas que insistía en pegar su boca a la mía. Como pude lo alejé y escupí un gran chorro de agua. Hubo un alivio indescriptible y no supe mas hasta que desperté en el cuarto de primeros auxilios del centro deportivo. Algo me decía que no comentara lo ocurrido. Así que, aturdido, salí del lugar diciendo que no necesitaba compañía para ir a casa y que luego haría el chequeo médico que, según ellos, era muy importante. Ha pasado un tiempo desde entonces y hay algo en mi pecho y en mi mente que pide a gritos salir al mundo. Era lo que me hubiese gustado decirle a aquel salvavidas impertinente. Ahora se que es un mensaje mas profundo. Acá lo dejo por si alguien más ha sido tocado como yo y no ha podido, aún, poner en palabras su experiencia. Como todas las grandes verdades, viene en un enunciado sencillo: la semilla de Dios no puede ser acaparada.
Así fue. Comencé a calentar nadando de pecho. A los veinticinco metros tuve un pensamiento extraño. Yo era quien daba las brazadas, pero me parecía que la acción la ejercía el agua, acariciándome. Esta idea se apoderó de mí y, como por arte de magia, un gran placer me invadió de inmediato. Ahora nadaba envuelto en miles de gotas complacientes que se agrupaban para excitarme deslizándose por mi piel. La vuelta a los cincuenta metros fue un conglomerado de sensaciones indescriptibles. Ahora me concentraba en ir lo mas lento que me era posible y disfrutar de ese masaje tan seductor.
Llegando a los setenticinco metros y cargado de voluptuosidad, vino a mi otro discernimiento. La piel es un borde que me separa del mundo, pero solo en su lado interno. En lo que sería mi lado externo es, por encima de todo, lo que separa al resto del universo de mi cuerpo. Saber esto me hizo sentir uno con la piscina y con el mundo. Ya no nadaba, era parte de un vaivén sensorial que me desbordaba. Fue allí cuando vino la convicción de que yo era "el falo de Dios" y que el agua, en realidad, eran sus manos que lo frotaban. Mis brazos y piernas yendo y viniendo quedaron opacadas por esas manos que me agarraban. La intuición de Dios masturbándose fue una luz enceguecedora que me hizo perder la noción del tiempo y de mí mismo; ya no sabía donde estaba y no me importaba.
Justo antes del momento cumbre pude vislumbrar, de manera borrosa, al salvavidas que insistía en pegar su boca a la mía. Como pude lo alejé y escupí un gran chorro de agua. Hubo un alivio indescriptible y no supe mas hasta que desperté en el cuarto de primeros auxilios del centro deportivo. Algo me decía que no comentara lo ocurrido. Así que, aturdido, salí del lugar diciendo que no necesitaba compañía para ir a casa y que luego haría el chequeo médico que, según ellos, era muy importante. Ha pasado un tiempo desde entonces y hay algo en mi pecho y en mi mente que pide a gritos salir al mundo. Era lo que me hubiese gustado decirle a aquel salvavidas impertinente. Ahora se que es un mensaje mas profundo. Acá lo dejo por si alguien más ha sido tocado como yo y no ha podido, aún, poner en palabras su experiencia. Como todas las grandes verdades, viene en un enunciado sencillo: la semilla de Dios no puede ser acaparada.
Epístola del profeta y mal nadador a los organizadores del masturbatón (4, 2-5)
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