lunes, 16 de mayo de 2011

El Altar a San Sebastián (I)

El pueblo se encontraba en tensa calma, los oriundos distraían su pánico adornando la avenida principal para la procesión del santo patrono. Parecían alegres y emocionados, además siempre ensanchaban el pecho cuando resaltaban la prometida presencia de Monseñor en estas tierras. Unas señoras mayores que compraban verduras le comentaban al dependiente:

-Gracias a Dios nos visita para las fiestas...
-¡Ay Magali!... ¡Amen!... Ojalá nos eche unas bendiciones para que se acabe el mal de estas tierras.
-Ni que me lo digas Amelia... ¿Cuanto es Jacinto?...
-Todo por 20 bolívares doña Magali, y además le metí unos ajoporros para el sancocho.
-¡Dios se lo pague Jacinto!... Nos vemos mañana... Corre Amelia, que ya empieza la novela.
-¡Huy!... Está buenísima, pero primero pasamos por casa de Josefina para ver si ya compró las flores para la iglesia.
-Espero que no haya comprado esos crisantemos otra vez... Hacen que el pueblo parezca un cementerio.
-¡Zape mijita!... Ya bastantes muertos han aparecido en estos días...
-¡Chito carajo!... ¡Hay que ver si eres imprudente comadre!... Págale a Jacito y apúrate...

Y como alma que lleva el diablo se alejaron Amelia y Magaly, caminando rapidito como si necesitaran llegar al baño, agarrándose la falda para no tropezar y haciendo equilibrio con sus zapatos de tacón bajito en el garzón de la calle quinta. Estaba absorto en esa caricatura sexagenaria hasta que Jacinto me sacó de mi sueño.

-¿Qué va a querer?...
-¡Buenos días hermano!, me va a dar cinco naranjas y esa media patilla.
-¡Esa patilla está bien dulcita!... La acaban de traer de Chivacoa, aproveche y llévese una completa para que se la deje a Doña Carmen para que haga jugo, y de ñapa le manda estas guayabas de mi parte.
-¡Dale!... Pero no me saques la sangre, mira que no tengo mucho efectivo y el cajero de la plaza se quedó sin dinero.
-¡Huy mijo!, y no tendrá hasta dentro de una semana, con la fiesta del pueblo todo cierra, y el banco se olvida que tiene esa guarandinga acá.
-¡Coño!... ¿Y ahora que hago?...
-¡Bueno!, por ahora son 20 bolívares por las naranjas y la media patilla...
-¡Ah!... Eso si lo puedo pagar...
-Y para el resto de la semana, hable con Doña Carmen para que no le cobre la habitación hasta que llegue el dinero...
-¡No vale!, ya le pagué los 3 meses que me voy a quedar por adelantado, pero... ¿Y si se me antoja algo?, ¿un raspado para el calor o unas cañas?, ¡Ahora si que me jodí!.
-Mire, yo sé que usted viene de Caracas, y allá la gente es muy... ¿Como le digo?... Agarrada con sus cosas, pero acá en el pueblo siempre se consigue a un amigo para que le ayude en esos momentos.
-¡Verga!, no sé si pueda encontrarme a alguien acá.

Entonces llegó otro hombre, moreno por el sol, no muy alto y un tanto regordete. Vestía ropas un poco harapientas y sandalias, cargaba no menos de cinco collares con cualquier cantidad de motivos religiosos y espiritistas, se acababa de bajar de una camioneta tipo Pick Up frente al puesto de Jacito... Habló alto y rápido, se notaba que tenía prisa.

-¡Bueno Jacinto!, Dale rápido con eso... Necesito volver antes de las 3, pásame lo que te pedí, ahí tienes el dinero- Soltó un fajo grande de billetes sobre el mostrador.
-¡Pero que Vaina contigo Indio!... Ya va que estoy atendiendo al señor.
-No te preocupes Jacinto, atiende al señor yo puedo esperar...

El nuevo hombre se me quedó mirando fijo un rato, algo en mi voz le parecía familiar.

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